-Sí, voy a estar en casa todo el día.
-Estoy jubilado, ¿te olvidaste?
-Sí, podés traerme a mi nieto y ya de paso nos vemos.
Dice tu madre que hace como quince días que no vienen.
-¿Con amiguitos? Eh, ¿cuántos son?
-¿Dos más? Bueno, traelos, les preparo la leche y les compro unos bizcochos.
-¿Ellos traen su merienda? Pero a mí me gusta atenderlos. Les cuento algún cuento, juego a las cartas con ell… Bueno, está bien.
Apenas llegaron intenté caerles bien a los dos amiguitos de mi nieto, siempre con mucho cuidado en no avergonzarlo. Una cosa es ser un abuelo piola, y otra muy distinta es ser un abuelo desubicado. En realidad, siempre me entendí bien con los gurises. Es que hablamos el mismo idioma. Apenas quedamos solos, les dije que les iba a preparar algo, que dejaran las mochilas y el abrigo por ahí. -
¿Dulce o salado, Jota Ce? -les pregunté refiriéndome a los bizcochos, y ya de paso haciendo un chiste que sólo yo entendí. Valentino me miró con cara de “no se te entendió abuelo, pero no importa”. Puse el plato con bizcochos en la mesa del living.
-¿Cuánto pesa esta criatura? -les dije.
Mi nieto volvió a sonreír. Y esta vez me miró con cara de: “Bueno, ya está, abuelo”. Mientras los amigos abrían las mochilas, les dije que para el que no quisiera bizcochos tenía tortas fritas.
-No, abuelo, yo traje pastel de fresas -dijo mi nieto.
-¿Pastel de fresas? -pregunté-. A ver, mostrame, nunca vi un pastel de fresas en mi vida.
-Yo traje plátanos -dijo su amigo.
-A mí me molesta un poco la pelusa de los plátanos -dije.
-Y yo panecillos con mantequilla de maní -dijo el tercero.
-En mi casa, hasta que no como todos los frijoles y las habichuelas, mi mamá no me deja comer palomitas de maíz -dijo el rubiecito.
-¿Comen palomitas en tu casa? -pregunté
-Escúchame, en casa es igual -dijo el morochito-. Primero los perros calientes, y después sí la goma de mascar.
-Como en casa -intervino mi nieto-, hasta no terminar los emparedados, mamá nos tiene prohibidos los dulces, las confituras y los malvaviscos. ¿Verdad, abuelo?
-Eh, sí, claro, los malvadiscos de las paredes -le dije sin preguntar mucho para no defraudarlo. Y como vi que no necesitarían de mi café con leche ni de mis tortas fritas, fui por un mazo de cartas para jugar una conga con ellos. Cuando volví, cada uno estaba con su iPhone y ninguno hablaba, así que se me ocurrió plantearles algo.
-Ya que están los tres, ¿por qué no aprovechan para hacer algo juntos, en vez de estar cada uno con su juego?
-¡Claro! -dijo el rubiecito. ¡Vamos a la alcoba, a brincar y a jalar de una soga hasta llegar a la cima!
-¿Bromeas, amigo? -preguntó el morochito-: ¡Juguemos canicas!
-Espera -dijo Valentino-, primero bota en el cesto esos envoltorios.
¡De prisa! Antes de que el abuelo se enfade y nos patee el trasero.
¡Anda, bótalos!
-No, yo nunca los patearía con una bota -les dije para tranquilizarlos.
-Ven aquí -dijo el morochito-: Échame una mano y ayúdame a ver si hay crema helada en la nevera.
-No, vayamos fuera -interrumpió el rubio-. Señor: ¿tiene alberca?
-Eh, creo que no -le dije, mirando a Valentino para que me ayudara con la respuesta.
-No, el abuelo no tiene alberca, pero podemos columpiarnos afuera y armamos una tienda. ¿Verdad que no tienes alberca, y no nos regañas si nos metemos en el lodo?
-No, no. Sin alverjas y sin lagañas, tranquilos -contesté un poco perdido.
-Eres un sabelotodo, Valentino. Arrójame al balón y salgamos.
-Sí, salgamos, pero primero átate las agujetas de las zapatillas.
¡Vayamos, bueno para nada, seguro que tu plan surtirá efecto! ¿Tu abuelo tendrá un barrilete? Valentino me miró, esperando mi respuesta y les dijo:
-No, creo que se le averió. Mejor quedémonos en la recámara a comer cacahuetes. Si salimos, pillaremos un constipado.
¡Mira, amigo! -dijo el morochito mirando por la ventana. Ya vino tu mamá a buscarnos. Está aparcando el carro junto a la acera.
-¡Cáspita! No la veo -dijo el rubio.
-Allá -dijo el morocho-, junto a la gasolinera. La de falda púrpura.
La que está sacando de la cajuela una maleta rosa. ¡Qué buena fortuna!
¡No tendremos que volver en autobús! ¿Sabes que la vez anterior rompió un neumático y tuvimos que pedir un aventón?
-¿Cómo se portaron? -preguntó mi hija al entrar.
-Bien, los niños de ahora se portan muy bien.
-¿Se entendieron?
-Claro -le dije-, hablamos el mismo idioma.
-Me alegra, papá.
-Magdalena…
-¿Qué, papá?
-Cuando quieras traelos otra vez. Ya los estoy echando de menos.